El poeta estaba en lo cierto. La infancia es el ensayo general de lo que vendrá después, un territorio personal e irrepetible donde las experiencias y el aprendizaje siembran el camino del adult@ que hoy somos. La infancia es nuestra verdadera patria (Rainer Maria Rilke, poeta y novelista, 1875-1926).
Os preguntaréis por qué hablo de la niñez en un blog sobre complementos y artesanía en piel. La respuesta es tan simple como vital, y es que como artesana y creadora de la marca Cabuxa, entender de dónde me viene la querencia por lo hecho a mano hace que eche la vista atrás para volver a mis raíces y honrar el aprendizaje no sólo de un oficio, sino sobre todo, de una forma de entender la vida: la que a mis hermanos y a mí nos enseñaron mis padres. Mis recuerdos de infancia están impregandos en salitre y arena de la playa de Patos desde la que -como cualquier niño de la época en el pueblo de Panxón- veíamos regresar a los marineros de su jornal entre el revoloteo agitado de las gaviotas que aunciaban la pesca obtenida. Mi padre era uno de esos hombres. Cada día amanecía en el mar con su “caíca”, una pequeña barca de madera que había construido con sus propias manos sin más experiencia
que la observación y su propia tenacidad e ingenio. El mismo ingenio que lo llevó a crear casi cualquier cosa: desde nuestros primeros zapatos con la piel de unas botas desgastadas, hasta barquitos a escala con viejas tablillas, sillas y juguetes de madera e incluso nuestra casa familiar que ladrillo a ladrillo, levantó con mucho esfuerzo y la ayuda de su mejor compañera, mi madre. Mis padres eran un tándem perfecto que se compenetraban hasta para repartir papeles a la hora de traernos al mundo: mi madre se ocupó de gestarnos y cuando llegó el momento, a mi padre no le tembló el pulso para hacer lo que siempre decía que había sido su mejor trabajo, ser matrona en el parto de sus hijos. Eran otros tiempos.
La habilidad de mi madre para tejer y coser con retales hizo que mi hermana y yo estrenásemos vestiditos de lazos y bordados los días de fiesta. Recuerdo las tardes enteras dibujando mientras ella volvía de las faenas en el campo para corregir una y otra vez las entretelas hasta dar su visto bueno; su constancia y perfeccionismo en todo lo que hacía eran tan inspiradoras y contagiosas como su innato gusto por la lectura y una enorme curiosidad por aprender. Crecí en un entorno en el que la capacidad de crear de la nada fue sin saberlo mi mejor escuela, la creatividad en su estado más puro. Muchos años más tarde ese aprendizaje forjaría mi forma de vida, porque aunque desde muy joven supe que el dibujo y hacer cosas con las manos eran lo mío, no tenía muy claro qué camino tomar.
Después de ilustrar murales en bares y cafeterías, mi espíritu rebelde me llevó a dejar los estudios para descubrir por mí misma qué quería ser de mayor… Con apenas 18 años, muchas ganas y algún dinero ahorrado con trabajos esporádicos emprendí, con gran disgusto de mis padres, mi particular viaje iniciático por el sur de España donde descubrí la vibrante vida artística de finales de los años 70 y su imparable experimentación creativa.
Mis primeros cuadros callejeros los vendí en las plazas de Alicante desde donde viajé a la ciudad de Granada para conocer el oficio del cuero de la mano de artesanos itinerantes. Reconozco que esta primera incursión de puntillas por el mundo de la curtición artesanal y de la piel me despertó un gran interés, sin embargo mi entrenamiento creativo habría de dar unas cuantas vueltas más: primero con una breve etapa por el grabado en metal, trabajo que compaginaba con mis primeros pinitos en cuero, y después con estudios de talla en madera y restauración con los que pude ampliar mis conocimientos sobre el mundo del Arte y redundar en la maravilla que es el trabajo artesanal. Al finalizar las prácticas en la capilla de san Telmo de Tui con el maestro Ignacio Márquez -reconocido restaurador y autor entre otras, de la recuperación de los retablos de la catedral de Tui-, trabajé bajo la dirección de Plácido Méndez en la rehabilitación de distintas iglesias de Goián (Pontevedra). En todo este tiempo, el modelado en cuero siempre estuvo ahí, experimentando de forma autodidacta sus posibilidades creativas, estudiando y dibujando bocetos, imaginando accesorios; cuando entendí que la oferta laboral en el mundo de la restauración era limitada, sentí que era el momento de volver a la piel.
Tiempo después nacería Cabuxa, y con ella un universo creativo de piezas de pequeña marroquinería, bolsos, piezas únicas, hechas a mano, y más recientemente nuestra colección de joyas en piel y plata.
A través de este pequeño viaje por los años dulces de la niñez y juventud redescubro mis orígenes para constatar que potenciar la creatividad e imaginación de los niños con juegos y herramientas constructivas es fundamental para estimular las capacidades individuales. La infancia es nuestra única patria decía Rilke, ese espacio personal al que regresar cuando nos hacemos preguntas y obtenemos respuestas tan certeras como que “lo que somos” empezó a germinar en esa etapa tan intensa como fugaz. Y aunque es posible que exista un gen artístico en el ADN de quienes nos dedicamos al mundo de la creatividad, estoy convencida de que “el artista no nace, se hace” con trabajo y una curiosidad incombustible por aprender. Facilitar los cauces de los artistas y artesanos del mañana con una formación reglada, accesible y profesional es responsabilidad de todos, solo así podremos preservar nuestra cultura y nuestras raíces… Pero esta ya es otra historia, la del próximo post.